El gobierno militar dio luz verde a la creación de universidades privadas sin mayores exigencias. Cualquier hijo de vecino, con o sin pergaminos, podía abrir una universidad. En las postrimerías de la dictadura, cuando se perdió el plebiscito, este proceso creativo se aceleró.
Tras estas nuevas universidades preparaban su desembarco del gobierno conspicuos personajes. Estos hijos de vecinos, en su inmensa mayoría, eran exministros, exsuperintendentes, poderosos hombres de negocios, todos fuertemente entrelazados por los más inverosímiles vericuetos familiares, quienes en un arrebato de generosidad y espíritu de servicio vieron en las universidades una vía para continuar prestando servicios a la nación que tanto querían. Esto ocurrió luego que la ciudadanía resolviera prescindir de ellos –en el plebiscito del 88- para que continuaran haciendo de las suyas desde el aparato estatal.
A diferencia de la educación básica y media, en la educación superior la legislación estipuló que las nuevas instituciones fuesen sin fines de lucro. Hasta el día de hoy se desconocen las razones por las que la legislación autorizó el lucro en los establecimientos educacionales privados –subvencionados con financiamiento público o no- , no así en el ámbito de la educación superior. A la luz de la lógica dominante entonces y perpetuada hasta nuestros días, esta dicotomía no tiene asidero alguno. Solo se explicaría como fruto de una suerte timidez, vergüenza, o remordimiento de conciencia por parte de quienes fraguaron este engendro.
No obstante que estas universidades fueran creadas sin el más mínimo afán ni espíritu de lucro, como por milagrosa casualidad se han ido generando fortunas en torno a ellas. El afán de lucro –concebido como un camino a la santidad por quienes lo ensalzan una y otra vez- ha logrado el milagro de la multiplicación de los panes, perdón, de las universidades. Es así como hoy ingresan Pedro, Juan y Diego, no importando si reúnen los requerimientos académicos para cursar estudios superiores; lo que importa es que paguen. Es así como hay universidades privadas –también algunas universidades públicas- que están produciendo profesionales como quien produce salchichas.
Para poner atajo a este proceso se ideó la acreditación, como mecanismo orientador de las decisiones por parte del mercado. Pero cuando unas y otras –mas temprano o mas tarde- terminan siendo acreditadas por el imperio de las influencias de un cada vez mas amplio círculo de personajes entrelazados unos con otros, y logrando su autonomía, como es lo que ha estado ocurriendo, solo resta por encomendarse al Señor.
Tras estas nuevas universidades preparaban su desembarco del gobierno conspicuos personajes. Estos hijos de vecinos, en su inmensa mayoría, eran exministros, exsuperintendentes, poderosos hombres de negocios, todos fuertemente entrelazados por los más inverosímiles vericuetos familiares, quienes en un arrebato de generosidad y espíritu de servicio vieron en las universidades una vía para continuar prestando servicios a la nación que tanto querían. Esto ocurrió luego que la ciudadanía resolviera prescindir de ellos –en el plebiscito del 88- para que continuaran haciendo de las suyas desde el aparato estatal.
A diferencia de la educación básica y media, en la educación superior la legislación estipuló que las nuevas instituciones fuesen sin fines de lucro. Hasta el día de hoy se desconocen las razones por las que la legislación autorizó el lucro en los establecimientos educacionales privados –subvencionados con financiamiento público o no- , no así en el ámbito de la educación superior. A la luz de la lógica dominante entonces y perpetuada hasta nuestros días, esta dicotomía no tiene asidero alguno. Solo se explicaría como fruto de una suerte timidez, vergüenza, o remordimiento de conciencia por parte de quienes fraguaron este engendro.
No obstante que estas universidades fueran creadas sin el más mínimo afán ni espíritu de lucro, como por milagrosa casualidad se han ido generando fortunas en torno a ellas. El afán de lucro –concebido como un camino a la santidad por quienes lo ensalzan una y otra vez- ha logrado el milagro de la multiplicación de los panes, perdón, de las universidades. Es así como hoy ingresan Pedro, Juan y Diego, no importando si reúnen los requerimientos académicos para cursar estudios superiores; lo que importa es que paguen. Es así como hay universidades privadas –también algunas universidades públicas- que están produciendo profesionales como quien produce salchichas.
Para poner atajo a este proceso se ideó la acreditación, como mecanismo orientador de las decisiones por parte del mercado. Pero cuando unas y otras –mas temprano o mas tarde- terminan siendo acreditadas por el imperio de las influencias de un cada vez mas amplio círculo de personajes entrelazados unos con otros, y logrando su autonomía, como es lo que ha estado ocurriendo, solo resta por encomendarse al Señor.
Rodolfo Schmal S.