Es que estamos tan mixturados
Florencio Escardó
“Piolín de Macramé”
Escribo esta nota con la percepción de que el inconciente colectivo uruguayo, en estos tiempos de desencuentros coyunturales con los argentinos, no tiene mucho espacio para recibir noticias de la política del otro lado del charco. Pero igualmente lo hago porque estoy persuadido de que es necesario trasmitir cómo veo la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia en el contexto de lo que ha pasado en los últimos cinco o seis años.
El domingo 1º de julio se anunció que Cristina, como ya la llaman en todos los estratos, será la candidata a presidente por el espacio político que lidera el presidente Kirchner. Desde entonces su candidatura concentra la atención polìtica de todo el espectro nacional; desde el peronismo-justicialismo, pasando por la desmembrada Unión Cívica Radical, terminando por ya lanzados a la presidencia, como Lavagna, la diputada del ARI, Carrió, y el aliado de Macri, López Murphy, del partido Recrear. El peronismo-justicialismo está fracturado desde las últimas elecciones presidenciales del 2003. Con la anuencia formal del Congreso Nacional Justicialista, el peronismo llegó con tres candidatos a presidente: Rodríguez Saá, ex gobernador de la provincia de San Luis y expresidente por 7 días en el 2002; Menem, ex gobernador de la provincia de La Rioja y expresidente por diez años, y Kirchner, en aquel entonces gobernador de la provincia de Santa Cruz. Los tres representaban a tres formas de concebir el peronismo, y estaban, y están hoy, separados en la teoría y en la práctica. En la Unión Cívica Radical (UCR) pasaba algo parecido. En las elecciones de 2003 hubo tres candidatos que pertenecían, o habían recientemente pertenecido al partido radical; Leopoldo Moreau, el candidato oficial por la UCR; Ricardo López Murphy con su reciente partido Recrear, y Lilita Carrió, del ARI. De hecho la elección del 2003 fue una elección presidencial con la simultaneidad de internas abiertas. En mayo del 2003 asume Kirchner la presidencia insinuando una forma diferente de hacer política, más independiente, con el fuerte antecedente de que hacía un año y medio, desde los sucesos de diciembre de 2001, no había país ni democracia real.
Kirchner había iniciado su campaña nacional en el 2003 logrando el 22% del electorado; y saltó al 40% del electorado en el 2005; la propuesta de Kirchner fue aglutinar fuerzas con una propuesta nacional que superara la crisis – “estamos en el infierno”, decía – que se empezara a religitimar la autoridad en la gestión y se ordenara el tejido social, combatiendo la anomia generalizada. Los resultados han sido varios: en lo económico, crecimiento de la actividad del empleo y mayores exportaciones; en lo social, mayor participación de la sociedad en temas que antes les era ajeno, menor cantidad de pobreza e indigencia. Todo eso significó que empezó nuevamente la movilidad social, situación que en los últimos quinquenios se había tornado muy difícil en la Argentina. Desde las elecciones parciales legislativas del año 2005, ha surgido el Frente para la Victoria, la herramienta política partidaria del presidente Kirchner, para diferenciarse concretamente en el amplio espectro político argentino. Y lo ha logrado ràpidamente ése año, donde Cristina Fernández fue electa senadora por la Prov. De Buenos Aires, por ese espacio, con el 45% de los votos, rompiendo políticamente con lo que fue el duhalismo, sepultando sus aspiraciones a seguir comandando la política provincial, y a través de ella, la nacional. Ese fue un quiebre del paradigma político nacional justicialista, y de alguna forma, el surgimiento del kirchnerismo. El peronismo fue dividido, claramente dividido, en muchos de los distritos electorales provinciales y municipales. El Frente para la Victoria ha quebrado muchas estructuras tradicionales de la política. Quizá se aleje del justicialismo, quizá lo potencie con otro nombre y otros hombres y mujeres. Hizo alianzas diferentes según las coyunturas provinciales y municipales, y sus acciones políticas tienen un cometido claro: unir a la Argentina en el camino hacia una nueva forma de hacer política.
El llamado a la Concertación plural argentina, emulando a Chile, lanzada hace un año por Kirchner ha dado sus frutos. Las nuevas alianzas muestran un nuevo mapa político. Hay gobernadores que proviniendo de la UCR, y manteniendo su pertenencia, adhieren al llamado plural del presidente. Lo mismo diputados e intendentes de ese partido, a lo ancho y a lo largo del país. Hay peronistas-justicialistas que adhieren también a la Concertación plural. Hay otros que no, y están en minoría en el Congreso nacional partidario y están ó con la candidatura de Lavagna o cerca de Menem y Rodríguez Saá. Todos sin peso politico hoy reconocido.
Dicen que dos gobiernos sucesivos, con reelección, no tienen buen final, al menos en estas latitudes, de institucionalidades débiles. Son ejemplo Perón y Menem. La decisión de Néstor Kirchner de no avanzar en falso hacia otro período de gobierno comandado por él, tiene que ver con su decisión de quebrar esas tendencias de perpetuación con rasgos hegemónicos. No quiere repetir la historia, y eso es respetable y considerable. Actualmente su imagen positiva oscila entre el 65 y el 75% de los argentinos. La senadora Cristina Fernández de Kirchner tiene una imagen que ronda el 50%. No sabemos si otro en su lugar hubiera hecho esta jugada política.
Algo ha cambiado en la Argentina. Con poco, en cuatro años, se ha hecho mucho. Ya en su primer año de gobierno llamó la atención a muchos que en “no recibiera en la Casa Rosada” a los representantes de las corporaciones económicas, sindicales y religiosas, cambiando la forma tradicional de gobernar, ésa de negociar con todos y después aplicar las políticas públicas. Y también llamó la atención de que no hubiera “barrido” con los funcionarios menemistas y duhalistas del gobierno. Hizo cambios, pero no salvajes, como otros que lo precedieron. Kirchner hizo de la frase “Argentina, un país en serio” el eje directriz de su gobierno.
Se puede afirmar que estos años de gobierno han mostrado la concepción filosófica política que encarna el matrimonio Kirchner-Fernández, que está más cerca del tercer movimiento histórico, nacional y popular, que de las formalidades de los órganos partidarios que quedan en los aparatos de los partidos.
Hay más actividad en general, de todo tipo; la economía crece, la sociedad tiene más respaldo provisional, las reservas crecen, hay movimiento vertical económica y socialmente, las organizaciones no gubernamentales tienen más participación, las instituciones públicas dan muestra de una necesidad imperiosa de aggiornamiento para adecuarse a las actuales demandas, los servicios públicos (oficiales y privados) están siendo mirados con ojos más críticos que hace un tiempo, etc, etc-.
Cristina Fernández es un cuadro político. La actual senadora tiene una larga experiencia como diputada nacional; desde allí enfrentó al menemismo ganándose la expulsión del bloque justicialista. Poseedora de una definida personalidad evidenciada en su temple político, con un discurso político propio pero afín al proyecto nacional compartido con Néstor Kirchner, ha tenido un excelente desempeño cada vez que ha representado al país en el concierto internacional y ha manifestado, entre otras cosas, que quiere una mayor calidad institucional, algo muy necesario para avanzar en las consolidaciones pendientes. Sintetizando su pensamiento político, hace una semana, en su primer discurso como candidata, cerrando el II Congreso Internacional de Filosofía, dijo: “Si alguna vez como parte de una generación, soñamos con cambiar el mundo, hoy estamos más humildes: apenas soñamos con ayudar a cambiar nuestro país y a que cambie la región”. Hoy lanza Cristina su candidatura en La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, la ciudad donde nació. Aparece como la próxima presidente latinoamericana, le espera la continuación y consolidación de este proceso de cambio. Una mujer cambió una gran parte de la historia argentina, para bien: Eva Duarte, “Evita”, junto a Perón. Ya muchos la comparan. Pero todas las comparaciones son odiosas. Este es otro tiempo. Veremos.
Fabián Muñoz Rojo, desde Buenos Aires.